Decía el escritor Héctor Rojas Herazo, “en abril no sucede nada, pero a los poetas se les ha metido en la sesera que en abril tiene que haber más rosas, más luz y más aroma”.
Consuelo Araujo Noguera, impregnada por la escritura del maestro Rojas Herazo, con su alma vitoreada por la música y la literatura, concibió al igual que los poetas (con la complicidad de Alfonso López Michelsen y Rafael Escalona), que en Valledupar si hay más rosas, más luz y más aroma en el mes de abril.
Hay más rosas, porque abril es la entrada triunfal de la primavera, según el canto del maestro Leandro Díaz, llega el 22 de marzo, pero es en abril cuando llegan las lluvias a calmar la sed de la tierra y de los ríos, y las rosas muestran la plenitud de sus colores.
Hay más luz en los corazones que se abren de ensoñación con las notas de los acordeones y la piquería infinita del canto de los juglares. En las calles hay más aromas de mujeres que bailan con sus cimbreos de caderas la evocación ancestral de pilar y ventear el maíz. Los patios exhalan el perfume de mangos florecidos y se revive el fervor religioso de las fiestas de la Virgen del Rosario.
En abril el sentimiento vallenato es desbordante. La alegría se siente en el aire, en el suelo, en los árboles, en las calles, en la sonrisa de la gente. La música es un torbellino que aprisiona a los transeúntes y todo se vuelve una gran fiesta: la anécdota, la risa, el saludo, el piropo, el verso, el pregón son un abrazo entre propios y visitantes. Surge un contagio siamésico por agradar y sentirse agradado, por atender y sentirse atendido. Y por eso el verso:
“A quien se le canta aquí
a quien se le dan las gracias,
a los que vienen de afuera
o a los dueños de la casa”.
El culto a la amistad es uno de los patrimonios más reconocido de mujeres y hombres vallenatos. Valledupar es por antonomasia tierra que enamora, es una ciudad sin puertas y sin murallas, es abierta para entrar y salir a cualquier hora. Nuestra tierra es tierra de todos. Es un valle fértil a la poesía, a la música, a la anécdota, a los chistes, y posee la magia de las aguas del río Guatapurí. En abril las noches y los días son más cortos, las horas se adelgazan en el espiral de un sonoro acordeón, en las cuerdas de una guitarra y en la melodía de versos que evocan la nostalgia de tiempos idos, la belleza de la mujer amada, el suceso de una crónica o las facetas del amor.
Abril es un reencuentro del amigo y la amistad, de la tierra y de los hijos que vuelven a sentir la cálida presencia de la madre, del abuelo y el nieto que acucioso indaga sobre la genealogía musical del vallenato y de los juglares que con sus cantares aún magnetizan a las multitudes. En Valledupar el festival es la epopeya mestiza del tambor, la guacharaca y el acordeón. No puede faltar el narrador que conoce el origen y la tradición musical y con honestidad promueve su enseñanza. Y existe el fabulador, que finge y habla más de lo que sabe y embauca a los incautos. Pero todo esto hace parte del folclor y de la fiesta. Abril será siempre abril, por su gente y su aroma de cantos y acordeones.
“Tu nombre Valledupar
hasta en el aire se siente,
el Guatapurí esplendente
aquí nos viene a bañar.
Su cauce deja al pasar
el perfume de granizo,
la magia de los carrizos
con su leyenda ancestral,
y el deleite musical
de este folclor mestizo”.
lunes, 21 de abril de 2008
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